Admiro a aquellos que han sido capaces de aprender a gestionarse a sí mismos sin ningún tipo de guía. Yo he conseguido las herramientas para hacerlo tras un año y medio de terapia. Aunque aún seguimos aprendiendo en ambos casos, les admiro de verdad. Porque de forma autodidacta se han preocupado lo suficiente por cuestionar sus propios juicios y pensamientos y han encontrado el coraje para trabajar en ellos por sí solos. Esas son las personas que quiero a mi lado. Esas son las que quiero que se queden. Ahora lo tengo claro.
He pensado siempre que todo en la vida es temporal: las personas, los lugares y las cosas. Vienen y van para enseñarte. Interactúas con ellas, te dejan una lección, y se retiran o las abandonas; quedándote siempre con el aprendizaje de sus rezagos. Lo positivo de todo esto es que muchas veces, o casi siempre, está en tus manos el poder de decidir qué quieres que se quede contigo y qué no. Está en tus manos el poder de decidir qué quieres que siga formando parte de tu camino y qué no.
Con el paso de los años van siendo menos, porque te puedes volver experto en dejar ir. Te das cuenta de que a veces nos mantenemos atados a nimiedades que realmente ni siquiera necesitamos, como un síndrome de Diógenes del cual te cuesta deshacerte. En Cuba, por ejemplo, estábamos acostumbrados a conservar múltiples cosas porque nunca sabías cuándo podrías necesitarlas para resolver algo. Podrías estar años acumulando “tarecos” porque abuela o abuelo te enseñaron a reciclar todo lo que fuera posible. Luego, más adelante, se agradecía esta capacidad de previsión. Se agradecía desde ese viejo teléfono inalámbrico que podría conservar tu tío, hasta la colección de bolsitas de nylon (o javitas cubalse) que tu abuelo guardaba en el trastero del patio. Era imprescindible vivir con esa mentalidad porque en cualquier momento algo de eso podría desaparecer.
Sin embargo, cuando vives como un nómada, sin tener claro cuál es tu sitio, sin ser dueño de nada, es difícil sentirte atado a los espacios que habitas, es difícil to hold on to things. No puedes permitirte acumular tanto. Aprendes a quedarte con lo esencial, con lo que te aporta. Quiero pensar que pasa lo mismo con las personas. A medida que te vas conociendo mejor, aprendes también a filtrar a tu favor. Dejas ir cortésmente a todo aquello que no esté en sintonía con tu energía. Si eres abierto, observas, escuchas y aprendes de lo que sea que se te ponga enfrente, sin renunciar a ti mismo. Tu círculo se va reduciendo y vas creando tu propia mini comunidad, tu red de apoyo; esa que solo te aporta cosas interesantes y buenas, que te hace reflexionar y crecer; esa que no tiene miedo a la vulnerabilidad, a tener conversaciones profundas y tocar temas que podrían ser incómodos para otros.
Lo enriquecedor en todo esto está en observar cómo tu criterio de selección va cambiando, y en la persona que te vas convirtiendo según vas afinando el mismo. Lo interesante es darte cuenta de cómo, cada año que pasa, vas necesitando menos para sentirte mejor y más completo. Vas necesitando menos, porque la vida y la Historia del Arte me han enseñado que, quizás (o a veces) para muchos de nosotros, menos es más.