Cuba

Cada día siento a Cuba más lejos de mi memoria. Ni siquiera recuerdo la letra de Dos Gardenias. He intentado dejar el duelo migratorio para después, porque golpea diferente. Llevo cuatro años intentando procesar otras cuestiones: el choque cultural, la vida adulta en Madrid, las relaciones afectivas, mis padres, el trabajo, mis emociones, el día a día, los conflictos x, y o z; pero con Cuba he cerrado la puerta. Sólo sé que, mientras ponía toda la atención en esta nueva y violenta realidad, permanecí en la fase iracunda todos estos años. 

El dolor que provoca Cuba es, en mi caso, imposible de comparar con cualquier otra cosa. Es un dolor acompañado de rencor, rabia, melancolía, anhelo y frustración; sólo por el simple hecho de que la tierra en la que naciste, te ha traicionado por completo. Salir de Cuba es estar condenado a vivir en un exilio eterno, porque no hay vuelta atrás si quieres tener una vida verdaderamente humana. 

En Cuba aprendes a lidiar con despedidas desde muy pequeño. Y la palabra emigrar la entendemos desde la primaria. “Fulano se fue pal yuma”, “Mengano se fue pa España”, “Ciclano se piró pa Mexico”, “Todo el mundo se está yendo” . Así se fueron desarrollando la mayoría de las conversaciones y chismorreos entre amigos, vecinos y familiares después del triunfo de la Revolución. Parecía que casi todos nos estábamos preparando, desde entonces, para irnos en balsa o avión. Y así también se construyó parte de nuestra simbología, nuestro arte y cultura en general, pensando en las hirientes partidas. No había que ir a la universidad para entender perfectamente lo que representaba un bote, el horizonte del malecón, un pasaporte azul o una cola en una embajada. 

Mientras estudiaba tuve la suerte de trabajar como guía, en negro o “por la izquierda”, para una empresa estadounidense. Para “luchar unos pesitos” tuve que dar varios viajes al aeropuerto José Martí y recoger a la ola de americanos que nos visitaban entre el 2016 y el 2018. No había sitio más ruidoso y conmovedor que la zona de llegadas. Mucha gente lloraba y no era necesario formar parte de un abrazo para sentir el estremecimiento, pesar, angustia y alegría de aquellos que veían pasar por el umbral de la aduana a sus amigos y parientes. En ocasiones consideré que era algo ridículo y exagerado, pero hoy me doy cuenta de que nos acostumbramos a vivir así, a presenciar esas escenas una y otra vez. 

De mi círculo, uno de los primeros en irse fue Lachi. A los 17 años ya estaba en Miami. Luego se fueron papi, Hansel, Tito, Yanny, mi primo Ronald, mi prima Yayi, entre otros cuyos nombres no me vienen a la cabeza. Era una despedida tras otra. Muchos adiós en pocos intervalos de tiempo. La gran mayoría partió una vez conseguían graduarse. Yo fui una de ellas y, después de mi, casi toda mi clase fue saliendo poco a poco. En cuanto a mis familiares, fue prácticamente lo mismo. Decidí dar el primer paso porque ya no podía más con la política, la economía y el hastío social. Luego, después del covid, me siguió mami. Y, más adelante, conseguimos sacar a mi hermano Franco. Todos nos expandimos, casi como una plaga. Unos en Miami como papi, Franco y prima Yayi; y otros por España, como mami, primo Ronald y yo. A una distancia de ocho mil kilómetros que equivale a un pasaje de avión de unos ochocientos euros ida y vuelta aproximadamente, un salario en España. 

Y no hay vuelta atrás, no la hay. Porque estando fuera es como único puedes ayudar a los que todavía tienen la mala suerte de permanecer dentro, dígase por falta de dinero o por decisión propia. Porque es imposible pensar en tener un futuro ahí cuando no hay comida o combustible para moverte. Porque solo fuera puedes tener una vida real, como el resto del mundo. Y ahí reside la parte dolorosa de Cuba, cuando tienes que dar el paso aunque no tengas idea de lo que estás a punto de enfrentarte. Sabes de sobra que no hay retorno. Al menos, no por poco tiempo. Por eso es imposible no llenarte de odio cuando piensas en esos forzados adiós que le das a tu familia, a tu casa, a tus animales, a tu barrio, al espacio en el que creciste, a tu cultura, a tu bandera, a tu tierra. Porque no está escrito en ningún sitio si los volverás a ver una vez más. 

8 Responses

  1. Cada una de tus palabra me identifica. Lo que sufrimos los migrantes, sobre todo los cubanos con el miedo constante al retorno a la tierra que nos vio nacer. Esas despedidas forzadas que te marcan de por vida, pero que a la vez te forjan como persona. Se me hace un nudo en la garganta con tu escrito Cami. Enhorabuena ❤️🤍💙🇨🇺

    1. Gracias mi niña, por tomarte el tiempo y por tus palabras. Eso, aunque doloroso, es lo que nos une. Espero que todo cambie a nuestro favor algún día. ❤️❤️❤️

  2. Me han encantado tus palabras . Tan tristemente reales para los cubanos .
    Eres muy elocuente . He visto un enlace en IG y he entrado , no he podido parar de leer casi todos tus relatos . Enhorabuena

    1. Muchísimas gracias por tus palabras y, más que nada, por tomarte el tiempo de leer estas simples experiencias. Hay ciertas cosas que sólo podemos sentir los que emigramos, y otras que sólo podemos entender los cubanos. Espero poder seguir compartiendo estas ideas para que más personas se sientan identificadas. 😊❤️

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