Estado civil: Divorciada

Uso los papeles de mi divorcio como marcapáginas para mis libros, desde el lunes pasado. CONVENIO REGULADOR, SIN HIJOS Y SIN PENSIÓN COMPENSATORIA, en Madrid a 24 de julio de 2023. Creo que me casé en septiembre de 2020. Del año estoy segura porque fue después del confinamiento. Del mes exacto, no tengo idea. El motivo por el cual he decidido hacer referencia a este acontecimiento compete más a la sociedad en la que vivo ahora, que la que dejé atrás. Suelo decirle a la gente que vine sola a España en 2019, pero realmente aterricé con uno de mis mejores amigos. Vamos a poner que se llama Jose.

En Cuba ya para finales de 2018 podía percibirse que las cosas estaban a punto de empeorar. El turismo iba diezmando, por tanto se facturaba menos dinero y yo ya estaba cansada de todo; al igual que Jose, quien me propuso volar juntos a Madrid. El plan era el siguiente: yo desde los dieciséis años ya era ciudadana española, la idea era casarnos para que Jose pudiera obtener la residencia lo antes posible y así conseguir un permiso de trabajo en pocos meses. Decidimos hacer todos los trámites una vez en Madrid, porque estábamos desesperados por irnos. Y así lo hicimos. 

Toda la idea, para nosotros, era algo natural. En Cuba la gente se casaba constantemente. Era algo bastante normalizado, como lo era el embarazo de una adolescente al finalizar la secundaria, o irte a vivir a casa de tu pareja a los dos meses de relación, junto con tus suegros y los padres de estos. El casamiento, para los cubanos, era y es muchas veces una especie de negocio o mero trámite para facilitar cosas como la que estábamos a punto de hacer Jose y yo. Muchos migrantes han conseguido sacar provecho económico de estas gestiones jurídicas. Podías y puedes actualmente cobrar un mínimo de cinco mil euros y salvarte la vida si las casualidades te dejaban en un aprieto, o simplemente derrocharlo a gusto. Confieso que nunca le vi la gracia a la idea de cobrarle a alguien por su mala suerte. Por tanto, decidí acceder a la propuesta de Jose sin vacilar. Después de todo, su cercanía a mí se había afianzado cuando tuvo él una relación con mi prima, y yo un rollo con su hermano. 

Ahora bien, la gravedad o perspectiva anormal de la idea la descubrí aquí en España. Cuando compartía mi estado civil, a modo de dato personal con la intención de hacer reír, la cara de la gente sobrepasaba la estupefacción. No lo entendían, con lo cual no les quedaba más remedio que tomarlo como una broma por lo ridícula que les sonaba la noticia. Recuerdo que justo el día de mi casamiento, después de haber pasado la noche en casa del chico con el que estaba saliendo (un Policía Nacional) y de disfrutar de un polvo mañanero, le conté que debía partir corriendo porque tenía que casarme. Solo le di tiempo a responder: Pero… ¿qué dices?! 

Finalmente, después de tres años Jose consiguió gestionar el divorcio. Y la idea del mismo tampoco le hizo mucha gracia a algunos españoles de mi entorno. Doy fe de este último detalle porque, justo el día antes de divorciarme, pasé la noche con un madrileño al cual le conté al respecto -no recuerdo ni por qué- y estuvo a punto de decirme adiós de forma automática. 

La ejecución del divorcio fue una de las experiencias más raras que he vivido. Lo hicimos en una sala privada de un bufete, sentada al lado de una abogada que intentaba constantemente sacarme conversación con comentarios como: qué pocos años estuvieron casados, menos mal que no tenéis hijos o bienes en común; a los cuales yo, con la mirada perdida, sólo conseguía responder: ehhh, ya… Me sentía en una película, por todo: la mesa ovalada y los asientos predeterminados para cada uno, la lectura del notario, los papeles, las mentiras. Lo único que sabía, era que tenía mucha hambre y quería salir inmediatamente de ahí. Me daba igual que fuera con el nuevo estado civil: divorciada. 

7 Responses

  1. Super! Pues igual puedes decir soltera a partir de ahora en los entornos no oficiales si tanto prejuicio abunda. jejeje. Me sacó una sonrisa al final.

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